Aquella historia, la que te contara
con lujo de denuestos, se resume
en mate y cigarrillo, en pronunciar
su nombre como mantra, escapulario
que el insomnio repite. Es El desprecio,
y nadie muere. Escucho a la Cantilo,
que aúlla con su ronca,
su grave voz, y vuelvo a aquel sillón
de ver al equipito prolongar
toda la noche dos cassettes grabados,
canción contra canción, un detenido
y "el tiempo fabuloso de los rostros",
niño que admira un paredón, y ramas.
Aquella historia, Gabo, impronunciable
cada vez más, inenarrable, insípida
para los otros, es
esta tienda en la ruta, que se afana
con este cigarrillo y este mate,
secretos talismanes en que nunca
verías nada más que un desayuno,
un vicio nacional.
Este poema me agrada.
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