domingo, 26 de agosto de 2012

Y ahora se agiganta

Éste a mi lado, amor, es Padecer:
soledad extramuros de tu rostro
y dejarme llevar por los emblemas
de una noche silente. Soledad
de cerciorar que evito lo precario,
lo doloroso, lo
tan diminuto que
ni yo lo veo: cuando estoy con vos;
y ahora se agiganta.
Emblemas de una noche en que el maldito
sentido pide más;
y, yertas, las palabras
se esfuerzan en hundirme
en pausas en que muero,
dócil a todo. Giro vanamente
como aquel hamster de que diera cuenta
hace unos años: senda de un impulso
que nunca acabará.
Y pongo en el equipo
músicas que distienden
al roedor, que lo acompañan, que
sofocan un chillido que se escucha
como silencios/alma. Porque temo,
amor, estos estados, y a la vez
en ellos alucino
que es otra la verdad: que si converso
con Padecer podría
quizá lograr mejores
versos, ser más real. Indiferente,
la rueda se atempera; algún calor
genero en el correr
sesudo, inacabable,
inevitable, terco.
Indiferente: ¿como las acequias
de una ciudad lejana
en que toqué violín?,
cuando reía, cuando
me parecía a vos... Ingrato, sí,
a tanta vida que
desplegás con pinceles;
y mi temor observa lo pintado
con cariño y dolor.

domingo, 19 de agosto de 2012

nº 0005

Dejarás de escribir. Porque te pesa
la charla indiferente con que los
demás pasan sus horas, encallado
en el envión obtuso de los días.

Los días: anestesia de escandir
baba y vocales con que, displicentes,
los otros enumeran, aguanosos,
plata y placeres, y dormir después.

Y después es morir, y aquella forma,
zureo dulce en la desprotegida
adolescencia, ahora se diluye
en prácticas perladas de impudor.

Nido del ser, que brega: los plumones
de un cormorán dilapidás sin otra
necesidad que la de desligarte
de aquel mandato. Dejarás de oír.

jueves, 9 de agosto de 2012

Un rictus que atenaza

Esto que me conforma: 
las cosas, menoscabo
--grises, enjutas-- de
una mirada neutra, 
unas manos que rozan,
pero de lejos, el
halo de luz hierática
que las sostiene. Rige
el presente una nada
de liviandad, un rictus 
que atenaza, callado 
y pertinaz, la mesa, 
las paredes, el negro 
cigarrillo --que sigue 
a otro idéntico: muescas
con que señalo días 
o libros del silencio--. 
Anulo lo que bulle;
y el mundo, jarcia dócil
de la rutina, gira 
sin otro panorama
que el de la eternidad.