miércoles, 24 de noviembre de 2010

Nictálope, callado

Pedúnculo forzoso, un mamotreto
de las horas vencidas
firmo y ventilo, diapasón de mudas
que, rata en zigzagueo
humano, deleznable, busca asirse
a picaportes de "hay".

Mi cabeza, sudada, desceñida,
óbice del mesón,
meso y columpio como por encargo,
salutación que encarna
entre idos arrecifes: el sentido,
anarquizado, late.

Todo es demás: las uñas, el pespunte
de esta canción que enjugo,
que engarzo al entimema de añorar
ese labio, ese cuerpo,
fontana y presunción del azabache
que ahoga sin partir.

Una mansión de borlas enquistadas
a tu silencio haría,
y que elevasen pautas de ganar,
solícito, nocturno,
joya y almíbar, estación y cuerdas,
contubernio feraz.

Quijote silba y Sancho es emisario
de colmenas y nudos;
la súbita pulsión y el amasijo
contra fardos de estambre
oxidan la paciencia, la mixtura
de un aldabón inmóvil.

Colapsará el dulzor de lo secreto,
sofisticada prueba,
y pasaré a negar el vislumbrado
pulmotor o dulzaina.
Transpira mi cabeza: quemará
el sueño tu fragor.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Arrecife de roces

Tal Gabu, el remolón,
el defensor del bife
si se da la pulsión,
se manda al arrecife.

Allí palpita el torso
de Pampita galana,
oxitracia del corso
y mami sin banana.

Tal Gabu pela un 100,
pero Pampita clama
que haga al País un bien:
no proyectar la cama.

Un fotógrafo hundido
se la arrebata en poses;
Tal Gabu es aterido
pornoqueo por roces.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Así que pasen quince años

Todas las chicas, peque, son apenas
volutas, y el deseo
vuelve a nombrarte, vuelve a delirarte
en once y siete sílabas
para cerrar la noche, como cuando
reúno los peones
y los alfiles, luego de jugar
con la mirada en una
mesa de bar, nocturno, veraniego,
para volver a vos,
muro habitual de esporas que despido.
Así alejo palabras
que ni te rozan, ciego, pusilánime,
y que se van a nada
que no sea dar lástima a los otros,
que leen y se espantan,
preso yo de una noria sin palenque
y poeta sin piel.
Lo que más temo, peque, es que a la postre,
patético, te llame
-ya te lo he dicho-, que reclame, necio,
idiota de tu huella,
tu compañía. Prosa, ésta, que nunca
responderás, temita
caduco y enterrado, pobre voz
que se somete y finge
que todavía puede su dialecto
ser de vos comprendido,
ser de vos admirado y contestado
ni siquiera en silencio.