Si mi mirada no topara con
--siempre, indiviso-- el rostro
altivo y desdeñoso, superior,
de ese que siembra caos
en mis entrañas/miga, colibrí
que huye desesperado por los secos
fustazos con que las
flores nutricias lo señalan, sin
alejarse del todo, libador...
Si mi mirada no topara, y siempre,
con ese rostro inapelable y liso
e impronunciable y vil como un enigma
que sólo con amor
descifraré: vasija que cayó
en medio de la nada, y se deshace
por siglos, y no logra
quebrarse, reposar; vaga vasija
que ya nada conserva...
Pero miro, y el rostro
aguija con violencia al corazón:
cruel ordalía, innumerable y una,
que enfrento a cada paso,
a cada retener lo que calló.
Y miro y es preciso
caer de bruces, o desgañitarme
de nuevo, una vez más, con la aguanosa
sustancia de mi huero y vulnerable
--por timorato-- pulso.
De nuevo, una vez más. Experimento
--¡¿por qué?!--, sin traspasarlo,
el más sutil espejo: el circular
--calígine, demanda--.
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