Si una tarde indiscreta te encontrara en la calle,
cargada con las compras de después de yugar,
en nada variaría el tono meditado,
levemente enemigo, con que me interpelás.
Pero soy yo el que, ciego, interpela a tu nombre
en el chat sin ventanas que tira un monitor;
soy yo el que se desploma ante ese plenilunio,
señora a quien las preces, cuando publico, doy.
La tarde en la ciudad es los cuerpos que sudan
y caminan seguros; la tarde es los cospeles
y los bares al borde del bombo de un cieguito.
Yo camino sin verte, vidriecito en la lengua
que olvido y que me marca, como bocado de antes,
como malvón que nada le genera a tu mirto.
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