Todas las chicas, peque, son apenas
volutas, y el deseo
vuelve a nombrarte, vuelve a delirarte
en once y siete sílabas
para cerrar la noche, como cuando
reúno los peones
y los alfiles, luego de jugar
con la mirada en una
mesa de bar, nocturno, veraniego,
para volver a vos,
muro habitual de esporas que despido.
Así alejo palabras
que ni te rozan, ciego, pusilánime,
y que se van a nada
que no sea dar lástima a los otros,
que leen y se espantan,
preso yo de una noria sin palenque
y poeta sin piel.
Lo que más temo, peque, es que a la postre,
patético, te llame
-ya te lo he dicho-, que reclame, necio,
idiota de tu huella,
tu compañía. Prosa, ésta, que nunca
responderás, temita
caduco y enterrado, pobre voz
que se somete y finge
que todavía puede su dialecto
ser de vos comprendido,
ser de vos admirado y contestado
ni siquiera en silencio.
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