Con el tiempo se fueron, me parece
--¿quién puede asegurarlo?--,
los lloriqueos que te dirigía,
mi crudo adolecer
en versos; con el tiempo inauguré
un nuevo modo, un alma
ahora indiferente a tus encantos.
Ya no disfrazo, ciego,
esas tus fases con los trapos sucios
que la Luna, reflejo
de lo pasado vivo, te adosaba,
doble de mí, estilita
yo de su ser, el mío, el alevosa-
mente interior. Deidad
inexpresable y propia que agotaba,
que retorcía gestos
sin ella distendidos --meros dados--,
y hacía de tus frases
y silencios un muro, una alta llama
resplandeciente de
oracular rechazo. Nunca supe
de Esfinge superior.
Hoy te oigo hablar, y poco queda ya
de tu poder, del mío:
tus palabras se esparcen, distraídas
de su tenor pasado,
y mucho me distancian tus manidos
modales de hembra en quiebra:
modales de quien sabe que ya no
hechiza, y se despide.
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