Milsacos se apropingua
con su diadema al cuello,
ojal de tres botones
y daga en el talón.
Da un paso y, cortajeado
por la moda, rugiera:
"¡me cago en tu cintura,
negrita de salón!".
La interpelada llora,
vocean los tambores
y el guapo presentido
por tu ceño es un don.
"¿Por qué tu verba adhiere
mierditas a mi estampa?
Más te valiera asirte
los huevos a un portón."
Milsacos ya no sufre
malevolencias tales:
da un cachetón/cianuro
a la nuera del son.
Cuando entonces Fresnillo,
amante de mellizas,
le muerde el occipucio,
lo encierra en un cantón.
Pobre Milsacos. Reo
de la moda, y herido,
nunca tuviste estrella.
Dale uso al cinturón.
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