Distiendes, desenchufas, pernoctás
y reverbero: escuchas
la música misógina que el chancro
no se permite pero
que apacienta lo mismo. Bando rojo,
palmetas del incesto,
una violencia, un bombo sin compás,
nido frecuente, un niño
que amordazara otarios y, medrosa
su flatulencia, adquiere,
y para siempre, el lívido milagro
de sofocar al Ángel.
Fumas y muerdes, rompes y lanzás,
adverbiamente: el listo
de toda su quietud, el pelonfái,
atado y madreselva
de escuchas que no aprenden la lección,
pétalo y sinapismos,
un bombo sin compás es una mueca
que amordaza a los contras
en toda su labor, llora indefenso
el niño, chanchas muelas
que lo aperciben, polo y parapeto
y sangre sancochada.
¿Te erigirás en pac-man de rejuntes,
pucho como canción?
¿Harás del hábito entimemas flojos,
rejilla comerás?
Un ánade se escurre como morsa:
tristeza. Suena oboe,
suena otro oboe, dos que se preparan
a fiestas inconclusas.
El lince devoró. Manija y piara.
Lazo de tu metal.
Miriñaque forzado. Magallanes
navega interminable.
(Sístole y mueca, diástole y perjurios,
callada caminó.)
La bala silba. Muerto, mira al ama
de llaves y de brevas.
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