Te arrinconás en el collar, en la opresión, en goces
de una yacija mala, de mirar al techo
desde una mente invicta en trenos de tortura, alado
desde hace mucho tiempo, torvo y mudo, el incapaz de andar
sonriendo y compartiendo, niño veloz
que se apartó por fin en una vereda sin frente.
Mirada, y qué imperfecta, propia de una incomprensión y tino,
ardido el cuello de dolor de sí, melancolía
como las muertes que palpás, caleidoscopio, en la memoria,
como la pesadilla diferente que conocés, a la que asisto,
muchacho para el trabajo, suavidad desconocida
que ahogás porque duele y ya no se siente más.
Podría calcular que no estamos, que todo es sierpe maravillada,
varada en un rincón del trapo, crisantemo
-ya lo sabías- que no nos contiene. Niño de más,
niño de la perversidad que se nos cae como piedra,
vagón inmovilizado porque todavía estamos deteniéndonos
al borde de la música, y más allá, y sin nadie.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario