jueves, 16 de febrero de 2012

Un no

Cuando llegamos, ya la marcha había
partido. La avenida
mostraba sólo la ciudad: normal:
autos que pasarían
por la San Juan, y gente
que caminaba, paso
neutro, preciso, diligente, y todos
hacia privadas detenciones. Sólo
una clara pintada,
que la Ceci fichó
como que por instinto. Caminamos
hacia la Plazoleta, hablando poco,
queriendo averiguar
quizá pensando o viendo: ¿dónde estaba
la gente que buscábamos, los bombos
y las pancartas, ese
vaivén en movimiento que, sabía
o recordaba, a veces
era como una fiesta, un renovarse
quizá ilusorio de la voluntad
común? Llegamos, y no están aún.
¿Por dónde se acercaban? Yo me quedo
sentado por ahí -la Ceci vuelve
sobre sus pasos, no
está cansada como yo-, fumando,
mirando un poco, viendo ese calor
de tarde de verano sobre los
pesados movimientos
de esos cuerpos que pasan o que esperan,
que charlan o que callan; y este sitio
ahora es cercanía
posible, y continúan
pasando los vehículos, precisos
y neutros. (La ciudad es una máquina
de tramitar deseos, y la gente
fluye y refluye, diligente, y pocos
se posesionan, aunque más no sea
por un rato, de un poco
ya de las plazas, ya
de eso que llaman Centro, que no es más
que el habitáculo de las decisiones
de Córdoba.) Lejano
de a ratos del lugar,
pero sentado en el
borde caliente de la fuente, de
pronto algo me llega:
desde otra parte, desde la imprevista,
más o menos callada, más o menos
cansada, como yo, pero marchando:
son ellos, los motores
de eso que aún resiste y que me puede:
la voluntad mancomunada de
marcar un no al de arriba
lo más fuerte posible.
Cuando vuelva la Ceci reiremos.

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domingo, 5 de febrero de 2012

Ante eventuales reprimendas

¿Y qué sabés, lector,
de ella, de mí, de nadie?
Ni siquiera de vos
sabés mucho, por más
que mires desde adentro
de tu opaca sentina.
No te ensañes, entonces,
con mi torpeza, con
mi frenesí. Si la amo,
no lo hago practicando
algún saber. Si rujo,
si la acaricio, lo hago
bastante a ciegas, y
desde el brusco deseo,
que otras veces es dulce.

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miércoles, 1 de febrero de 2012

Buenos Aires (o Rosario)

En fin: como decía,
alguien me amó. Deseosa,
sus planes no me incluyen
sino que se vinculan
con Buenos Aires ("más
progre, menos curitas,
menos fachos; cultura...").
Y partirá, seguro,
tarde o temprano, no
tan joven pero aún
pujante, decidida.
Yo sería un estorbo,
aparte de que no,
según cree, podría
vivir lejos (¿de quién?).
Y así, lo que soñara
--¡y ella también!--: un cuento
--¿un proyecto sin base;
un amor con muy pocas
esperanzas de vida?--
que pergeñara un auto,
niños, casa y el siempre
custodiador perrito.
No me quejo: duró
lo poco que podía
durar antes de que
retornara la idea
de que sin guita no
hay tu tía, es al vicio.
Pero eso no lo sufro
demasiado: soy un
muerto; no quiero más
que leer, escribir
y evitar, si es posible,
el trabajo, dañino.
La verdad es que estoy
conforme: tres poemas
--o cuatro--, que tomé
de su glorioso cuerpo,
sonrisa que se esfuma.

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